Ocurre que el agua llovida
duerme su sueño helado
en el fondo de los
tinajones.
Un batracio espera
una gota,
se ensimisma cuando
el sol
azota el lomo del
monte.
Las hormigas abren
caminos
para llegar al corazón
de la rama.
Juegan, a los
lejos, dos perros
de polvo, levantan
la cabeza,
y observan,
sapientísimos,
cómo el cielo se
llena de señales.
El agua sube, y
desnuda
el esqueleto de lo
que se mueve,
aunque el movimiento
sea una ilusión,
una mísera fuga
para regresar.
El agua, cuando
baje en sonidos,
levantará castillos
que los pájaros
harán florecer en
la garganta ronca
de los pozos aletargados,
perezosos
ciegos incendios de
abismos, donde
el agua resucita y
recuerda, ilumina.