lunes, 22 de junio de 2020

EN EL AIRE



Mi padre me corta el pelo. Me sienta
en una silla de madera,
afuera de la casa, al aire libre,
con el viento desparramando pelos
por todo el patio. El sol ciega mis ojos.

Nunca tuvo un sillón profesional
para cortar el pelo. Cualquier silla
podría ser un trono unos minutos.
Mi padre es veloz, y sus manos
son meteoros. No terminas de pensar
en alguna cosa, ya está cepillo en mano
quitando pelos pegados al cuello,
tirándolos al suelo. Así hace siempre.

Recuerdo haber llorado alguna vez
luego de aquel ritual.
Me miré al espejo: la imagen
no era de mi agrado –aún hoy no lo es–.

Era adolescente, quería llevarme
el mundo por delante. Y, un buen corte
era un requisito necesario.

Hice la promesa de no dejarme
cortar otra vez por él.
Pero al cabo de un mes, volví
a la sillita, mi cabeza
relajada, los pensamientos
perdidos en el aire.   





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